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lunes, 21 de octubre de 2013

Vamos caminando y encontramos un huevo gigante.

EL HUEVO DE COLÓN
Un huevo es un hallazgo que suele causar alegría en su descubridor por los réditos alimenticios que le aportará, salvo en el caso que os voy a relatar. Tal vez haya que ponerle un poco de imaginación para creer lo que les ocurrió a cinco amigos en el mismísimo puente de Segovia, en Madrid.
Los chicos venían de disfrutar la prolongación de una animada cena en el centro de la ciudad. Era de madrugada y debían ser entre las cuatro y las cinco de la mañana. La noche había sido de lo más divertida y los chicos caminaban a sus casas entre cánticos, exaltaciones de amistad y bravuconerías. Todos pusieron su atención, o al menos lo intentaron, en el objeto que uno de ellos, Iván, les señalaba. Era un huevo gigante de unos cinco metros de altura. Los cinco amigos se acercaron al huevo con lentos movimientos y la boca totalmente abierta. Acercaban la mano para tocarlo pero la retiraban rápidamente. Juanillo fue el primero que puso la mano sobre el huevo, lo que provocó que el huevo rodara y cayera sobre Eduardo, que se encontraba al otro lado. Los cuatro retiraron el huevo de encima de Eduardo pero rodó y aplastó la pierna de Toño. Sus gritos de dolor eran insoportables. Juanillo y Javi retiraron como pudieron el huevo para rescatar la pierna de Toño. Iván, que se encontraba socorriendo el aplastamiento de Eduardo, no pudo ver cómo el huevo, tras volver a rodar, le golpeaba fuertemente en la espalda. Juanillo retiró como pudo el gran huevo de encima de Iván, con tan mala suerte que el huevo volvió a rodar y volvió a aplastar la pierna de Toño y el brazo de Javi, que se encontraba socorriéndole. Juanillo retiró el huevo de encima de la pierna de Toño y el brazo de Javi. Al soltar el huevo para socorrerles este volvió a caer; esta vez sobre los tres.
Tras la paliza que aquel huevo propinó a los cinco jóvenes surgió una mano enorme que, bajando del cielo, cogió el huevo y, de golpe, lo colocó de pié. Y una voz celestial que decía: “después de vista la hazaña, cualquiera sabe como hacerla”. Los servicios de emergencias atendieron a los cinco jóvenes mientras, navegando por el Manzanares, pasaron los espectros de dos carabelas y una nao.


Alberto Villares. 21/10/2013

jueves, 17 de octubre de 2013

Este jueves... Los celos.

SU OJITO DERECHO
Los tiempos cambian y ya no se lleva ser celoso. Ahora lo que se lleva es ser condescendiente con las amistades de tu pareja. El respeto por el espacio del otro. Asumir que nuestra pareja tiene derecho a tener cierta vida privada. Asumir que nosotros también tenemos el derecho, y la obligación, a tener cierta vida privada. Todo esto son cosas que están muy bien; pero siempre queda la duda sobre quién es realmente nuestro ojito derecho.
Todas las mañanas Julia saca a pasear a nuestro perrito Bruno por el parque (un chucho escandaloso). A veces me pregunto porqué yo sólo necesito quince minutos para bajar a Bruno y ella toda la mañana. Nunca la pregunto. Por lo de la cierta vida privada que os comentaba antes.
En cierto modo me encanta que se tire toda la mañana con Bruno en el parque, porque así yo puedo chatear toda la mañana con Ángela. Sí, no os lo he contado pero tengo amante. Se llama Ángela y la conocí en una web de contactos para maridos infieles.
Todo iba como la seda hasta que cierto día Julia me habló de Sergio. Es un chico muy divertido, tiene un precioso golden retriever y no te puedes imaginar qué malas experiencias ha tenido en la vida con las mujeres –me cuenta mientras comemos, como si el tal Sergio fuera de mi interés.
Cierto día, Julia bajó a dar una vuelta por el parque, pero sin Bruno. Aproveché para chatear compulsivamente con Ángela. Las horas pasaban, Julia no regresaba y Bruno estaba a punto de mearse en el parqué. Lo bajé, fumé nervioso y al terminar el cigarrillo lo lancé con tan mala suerte que le acerté al pobre Bruno en su ojito derecho. Ahora es un perrito tuerto.

Alberto Villares.
Tienes más celosos en casa de Pepe.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Este jueves... en el camino.

TODA UNA VIDA
Mi amigo Jorge acaba de ser papá. He buscado un hueco y he venido a verles. El bebé está envuelto en una mantita y sólo se puede ver su carita arrugada. Tengo que marcharme. Me despido y me dirijo a la parada del autobús.
El autobús llega ruidoso y dejándose ver desde un rato antes de llegar a la parada en la que me encuentro. Subo, pico mi billete, saludo a la conductora y ella me corresponde con una sonrisa. El autobús va repleto de gente. Le ceden el asiento a una mujer que lleva en brazos un niño que apenas sabe andar. En los siguientes asientos va un padre acompañando a su hija. La niña debe estudiar guitarra o algo parecido por la conversación que llevan. Al final de los asientos va un grupo de adolescentes vocingleros. Hablan alto, llevan música en sus teléfonos y ponen los pies sobre el asiento. Dos chicos universitarios (saltaba a la vista) charlan maduramente sobre filosofía, intercalando bromas sobre el onanismo de Kant. En la siguiente parada sube una de las chicas más atractivas que jamás haya visto. Debe estar de vuelta del trabajo, por la edad que aparenta y los zapatos cómodos que lleva para aguantar de pie durante horas. Va tan pintada que debe ser dependienta de perfumería. Acto seguido sube un hombre de mediana edad con aspecto de ejecutivo. Descarto esta idea al ver sus zapatos baratos. Del pseudoejecutivo mis ojos saltan a un matrimonio de jubilados cargado con bolsas de fruta del mercadillo. Los miro a todos de soslayo y aprovechando el reflejo de la ventana. Una señora mayor sube en la siguiente parada. Tarda unos segundos en encontrar el billete en el monedero. Me levanto, le cedo mi asiento y la conductora me lo agradece con otra sonrisa por el retrovisor. El autobús llega a mi destino. Tengo que bajar y me siento como Boabdil el día que abandonó su palacio de La Alhambra de Granada.
Llego hasta mi casa caminado despacio junto a la tapia del cementerio (no os lo he contado pero vivo junto al cementerio de Carabanchel, en Madrid). Mientras busco las llaves de casa tengo una extraña sensación. La de haber sido testigo de toda una vida.

Alberto Villares.


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