Esta semana, por no repetirme con lo de Este jueves, es nuestra amiga Molí, en su blog Molí del canyer, quien nos anima a escribir sobre esculturas al aire libre. La verdad que últimamente no ando sobrado de creatividad, imagino que por culpa del trabajo. Después de varias semanas de silencio, aquí os dejo mi aportación. Espero sea del agrado de sus lectoras y lectores.
(Imagen de la red) |
Me vino a la cabeza mientras paseaba por un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme, y me topé con una estatua del famoso mono de Anís del mono, y me hizo recordar algo que me había ocurrido no hacía mucho tiempo, allá en Madrid. Os lo cuento:
Eran las siete de la tarde en plena plaza de la Puerta del Sol, de un bullicioso Madrid. En una esquina de la plaza, cerca de la calle del Arenal creo recordar, había un mimo de esos que te hacen una mueca o se mueven como un resorte si les echas una moneda. El caso es que, más que mimo, era una mima, que cada vez que la echaban una moneda se quitaba una prenda de vestir. Había congregado gran expectación masculina, dado que había llegado hasta su ropa interior. En efecto, con la próxima moneda se desprendería del sujetador o de las bragas, muy bonitas por cierto. El problema fue que ninguno de los asistentes, por mucho que nos buscábamos, teníamos moneda alguna en nuestros bolsillos. Y no es que no tuviéramos monedas, sino que ¡no teníamos la cartera encima!
El motivo de semejante pérdida monetaria fue que, la mima, tenía una mona de berbería adiestrada que nos había estado robando las carteras y monedas de los bolsillos. ¿Que por qué no nos dimos cuenta del hurto?, pues porque todos teníamos clavada la mirada en lo mismo.
La mima abandonó su postura pétrea, acarició a la mona ladrona con mirada cómplice, y nos dijo que recuperaríamos nuestras carteras. Sólo teníamos que hacer una cosa, quedarnos en calzoncillos. Mientras nos desnudábamos la mona nos iba devolviendo la cartera, así como demás enseres, de uno en uno. El animal había memorizado a quien pertenecía cada objeto. Y mientras nos quedábamos en calzoncillos, la mima se iba poniendo toda la ropa que se había quitado, sacó un pequeño espejo, y se pintó los labios gozando de tener todo un harén de hombres desnudándose para ella.
Todos estábamos allí casi desnudos y con la mirada clavada en las losas de piedra de la pavimentada plaza, ya que el pudor nos impedía levantar la mirada y sentirnos observados por la muchedumbre, más femenina que masculina. Y, poco a poco, iban cayendo monedas a nuestros pies. Eran las mujeres que nos animaban a quitarnos los calzoncillos, muy variopintos por cierto. Pasamos tanta vergüenza y nos sentimos tan humillados que nunca más volvimos a mirar a las mujeres como a un trozo de carne. Ni a las monas de berbería. Menudos bichos listos. Se merecen una estatua al aire libre ;-)
P.D.: Confieso que la estatua en honor al Anís del mono está en Badalona, situada en las cercanías de la fábrica de dicha bebida espirituosa.
Alberto Villares
Espero haber contribuido a que tu día haya sido un poquito mejor después de haber leído esta historia, que pudo ser cierta, ¿o me ocurrió de verdad? No lo recuerdo.