EL OLVIDO
Teníamos todo planeado para que aquel fin de semana fuese el mejor de todos los que llevábamos juntos, y no es que llevásemos mucho tiempo juntos. Habíamos alquilado un precioso bungalow, de esos de madera, junto a uno de los pantanos más grandes de la sierra de Madrid. Un lugar de ensueño en medio de una fresca dehesa de fresnos desmochados donde cantan los pajaritos del bosque y por la noche se deja ver algún animal salvaje.
El caso es que empezamos con mal pie nuestra escapada, ya que habíamos olvidado imprimir la hoja de la reserva. El recepcionista nos dijo que no nos preocupásemos y que le dejásemos nuestro documento de identidad. Después de buscarnos por todos los bolsillos comprobamos que también lo habíamos olvidado. Intenté llamar por teléfono a la central de la web de reservas que habíamos utilizado; pero habíamos olvidado los teléfonos móviles. El chico de la recepción, muy atento, nos dejó llamar desde su teléfono de trabajo. Marqué y tardaron varios minutos en atenderme. Después de varias comprobaciones me dijeron que no había ninguna reserva a nuestro nombre (ahora lo pienso y me río porque la reserva la hice en otra web).
Ya no se que más nos podría pasar. Decidimos pasar la noche en el coche pero habíamos olvidado donde lo habíamos aparcado. Nos pusimos a buscarlo por separado: ella buscaría por la parte de atrás, por el pinar y por la avenida de entrada; yo iría al parking, al restaurante de al lado y llegaría incluso hasta el pueblo.
Busqué y caminé tanto que, sorprendentemente, llegué al amanecer hasta mi casa. Llamé con insistencia al timbre y me abrió mi novia. Me dijo que dónde narices me había metido. Me había estado llamando pero me había olvidado el móvil en casa. Los de los bungalows habían llamado para ver si acudiríamos. Y había llamado a la policía para que me buscaran, ya que llevaba más de dos días desaparecido. Encendí un cigarrillo y la pedí que me lo repitiese todo desde el principio.
Alberto Villares.