EL OASIS
Podemos estar aquí toda la vida. Tenemos de todo: agua, frescor, frutos, hierbas, raíces, leche de camella, caracoles… Tenemos provisiones suficientes para no tener que buscar ningún otro lugar. Merece la pena luchar por ello.
Cuando te vi por vez primera en el zoco, no me pareció que necesitaras ayuda. Tu mirada me pareció tan sensual que quedé prendado de ti. Me acerqué para hacerte una pregunta trivial. Me acerqué porque no tuve más remedio. Porque me llamaste con tus ojos. Te bastaron pocas palabras para pedirme que te sacara de allí. Tu mirada hizo el resto. Fue un plan no hablado: yo tenía que pasar con mi camello por delante de la tienda de tu marido. Tú te pondrías con sigilo entre mi camello y yo. Todo salió bien y salimos de allí.
Así estuvimos huyendo durante tres días con sus tres noches por el desierto. Ambos sabíamos que el agua no nos alcanzaría, hasta que una caravana nos indicó un oasis cercano. Me preguntabas por mi destino y yo te daba una sonrisa por respuesta. Ambos escapábamos de algo y sólo mi camello, mi camella más bien, conocía nuestros motivos. Yo me marché de mi aldea sin decir nada y dejé a mi mujer y mis hijos. Estaba locamente enamorado de otra mujer y ya no soportaba aquel tormento en mi cabeza.
Algo sucedió cuando fuiste a buscar agua porque tus ojos ya no brillan. Tu boca viene abierta y exhalando tu esencia en cada paso. Buscas nerviosa el cuchillo curvado. Forcejeamos. Te lo quito y con mis ojos te digo que no, que no es tiempo de morir sino de luchar. Y así, cuando lleguen, lucharemos por nuestra libertad.
Alberto Villares.