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martes, 23 de julio de 2013

Este jueves... En el bosque (oasis, en mi caso)

File:Libyen-oase1.jpg




EL OASIS
Podemos estar aquí toda la vida. Tenemos de todo: agua, frescor, frutos, hierbas, raíces, leche de camella, caracoles… Tenemos provisiones suficientes para no tener que buscar ningún otro lugar. Merece la pena luchar por ello.
Cuando te vi por vez primera en el zoco, no me pareció que necesitaras ayuda. Tu mirada me pareció tan sensual que quedé prendado de ti. Me acerqué para hacerte una pregunta trivial. Me acerqué porque no tuve más remedio. Porque me llamaste con tus ojos. Te bastaron pocas palabras para pedirme que te sacara de allí. Tu mirada hizo el resto. Fue un plan no hablado: yo tenía que pasar con mi camello por delante de la tienda de tu marido. Tú te pondrías con sigilo entre mi camello y yo. Todo salió bien y salimos de allí.
Así estuvimos huyendo durante tres días con sus tres noches por el desierto. Ambos sabíamos que el agua no nos alcanzaría, hasta que una caravana nos indicó un oasis cercano. Me preguntabas por mi destino y yo te daba una sonrisa por respuesta. Ambos escapábamos de algo y sólo mi camello, mi camella más bien, conocía nuestros motivos. Yo me marché de mi aldea sin decir nada y dejé a mi mujer y mis hijos. Estaba locamente enamorado de otra mujer y ya no soportaba aquel tormento en mi cabeza.
Algo sucedió cuando fuiste a buscar agua porque tus ojos ya no brillan. Tu boca viene abierta y exhalando tu esencia en cada paso. Buscas nerviosa el cuchillo curvado. Forcejeamos. Te lo quito y con mis ojos te digo que no, que no es tiempo de morir sino de luchar. Y así, cuando lleguen, lucharemos por nuestra libertad. 

Alberto Villares.




domingo, 7 de julio de 2013

Este jueves (domingo)... Uno de rebeldía.

TRÁNSITOS
File:AngelCaido.jpg 
El pasillo se hace interminable. Hay baldosas luminosas de distintos colores. Mis ojos se van directos a las de color negro, las que no lucen. Son las que tengo que pisar para llegar sano y salvo hasta el final. En un descuido, piso una roja. Como estoy solo, nadie se entera.  Salgo del pasillo, del túnel, y llego a la luz. Se trata de una luz cegadora donde se intuyen unos ángeles. Estos ángeles animan a volar a todo el que sale del túnel. Yo lo intento, me dicen que puedo, que es fácil, pero no tengo alas. Les agradezco el detalle y sigo caminando. Bajo por unas escaleras, huyendo de la luz angelical, y encuentro una tortuga. El pobre animal vive cargando con su casa. Bueno, en realidad es un peso del que no puede librarse. Mejor la dejo y sigo hasta un pasillo de baldosas luminosas. Esta vez no piso ninguna que no sea negra. Salgo del pasillo interminable y, qué sorpresa, tengo unas alas blancas espectaculares. Las muevo con ímpetu pero los ángeles me dicen que no, que así no, que debería aprender a utilizarlas. Finalmente mis alas se queman al llegar a una especie de sol. Caigo y voy rodando por unas escaleras. Mi rostro queda frente al de una tortuga: la misma tortuga de antes. Me mira piadosamente y me acompaña a pasar de nuevo por el túnel. Esta vez sí que se hace realmente interminable, sólo piso baldosas negras. Salgo del túnel y soy muy cuidadoso con mis nuevas alas. Me despido de la tortuga y me uno al grupo de ángeles, para siempre.

Alberto Villares.