BON APÉTTIT
Una mañana primaveral, me encontraba dando un paseo con mi amigo Godofredo (nombre ficticio para preservar su identidad) por una calle pintoresca de una ciudad apacible (nada de chovinismos). Tras el agradable paseo, seguimos la jornada pensando dónde podríamos apaciguar nuestras ruidosas entrañas. Entramos en un mesón especializado en cocer cocidos. Yo tuve claro lo que pediría: cocido. En cambio, Godofredo se empeñó en pedir pato a la sangre (canard au sang), que había probado en París. “Caballero, aquí sólo cocemos cocido…” le dijo el camarero, cuando Godofredo puso sobre la mesa un taco de billetes de cincuenta euros. En ése momento, el camarero buscó a la chef. La chef entró en las cocinas y dijo: “un taco de billetes de cincuenta euros para quien cocine un pato a la sangre. Compré uno ayer y está en la nevera pequeña que tiene el imán con forma de pato”. En la cocina había un pinche marroquí que había trabajado en París. El caso es que, Said, que así se llamaba, cocinó un sabroso pato a la sangre; se ganó un taco de billetes de cincuenta euros y lo repartió entre su familia para seguir trabajando de pinche. La chef, quedó satisfecha por haber cumplido con lo que más le gustaba: satisfacer al cliente. Godofredo se chupó los dedos y se gastó una pasta en ello. Y yo, no pude hacer menos que escribir un relato que pudo ser ficticio.
Alberto Villares
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