EL BUDA
Llevaba desde las siete y treinta de la mañana recorriendo las calles de una gran urbe de cuyo nombre no quiero acordarme. Aún faltaban unos minutos para que se produjese un nuevo amanecer. Los viandantes enfocaban su rostro hacia el este, esperando ser los primeros en recibir la iluminación solar. Yo era testigo de todo lo relatado mientras, con mi escoba rígida, barría una cantidad significativa de colillas en el suelo de una parada de autobús.
Todo seguía el mismo orden de todas las mañanas hasta que ocurrió algo que produjo un giro realmente inesperado. Sobre una papelera de las que se acoplan al cuerpo de una farola, encontré una figura. Era uno de esos budas calvos y obesos que solemos ver en los restaurantes chinos. El caso es que la figura era tan grande que no cabía en la papelera y la habían dejado encima. No es que los barrenderos padezcamos de síndrome de Diógenes (aunque a veces lo parezca), pero tenemos un sentido especial para imaginar una utilidad para cualquier objeto desechado. Yo de momento no había pensado qué hacer con el buda, pero lo llevaba colocado sobre la tapa del cubo de mi carro. Caminaba empujando el carro y mirando al buda. O, mejor dicho, el buda me miraba a mí.
Me disponía a cruzar la calle cuando pasó el autobús. Esta vez no era uno de los conductores habituales sino un hombre calvo y obeso con pinta de buda. Pensé que era fruto de mi imaginación. Continué caminando y me crucé con un buda que empujaba un carrito con un bebé. Al pasar por el quiosco de prensa me saludó un buda desde su interior. Paseando un perrito iba un buda gordo y calvo fumando un cigarrillo. En la parada de autobús había dos señoras con aspecto de buda: obesas y calvas.
Todo esto me pareció demasiado y por momentos temí caer en la locura. El buda de mi carro seguía mirándome. O, ahora, era yo quien le miraba a él. El caso es que ya no veía la cara del buda sino la mía. Sí, era la misma cara que veía por las mañanas al levantarme y mirarme al espejo. No le di demasiada importancia y seguí caminando. Todos los acontecimientos seguían el mismo orden de todas las mañanas, con la salvedad de que ahora yo conducía el autobús. Me crucé conmigo mismo empujando un carrito de bebé. Compraba el periódico y me saludaba a mí mismo. Acariciaba a mi perrito, que acababa de bajar a pasear. Esperaba al autobús acompañado de un individuo igual que yo. Opté por dejar aquella figura en el mismo lugar donde la había encontrado. Pensé que ser calvo y obeso ya no era algo tan malo.
Alberto Villares.
Ja ja...Qué bueno Alberto! Parece un extraño caso de "transustanciación repetitiva" motivada no sabemos si por la estatua del buda o por alguna sustancia ingerida por el barrendero para hacer más llevadero su trabajo...je je. Me ha gustado mucho, un relato muy ameno y divertido que se regodea en el absurdo.
ResponderEliminarMe recuerda al tipo de relatos que escribe Juan José Millás...¿puede ser?
Un beso
Hola!!
ResponderEliminarLas vueltas de la vida, el Buda casi lo enloquece pero al final lograba verse el mismo en todos lados, vueltas y vueltas que da la rutina.
Muy ingenioso, gracias por participar!
Besos
Hola, la verdad que nunca sabremos si al barrendero le jugó una mala pasada el licor de hierbas mañanero o si existe un más allá que se escapa a toda lógica. En efecto Millás es uno de mis referentes, entre otros varios.
ResponderEliminarLo que he querido relatar es cómo es preferible vivir con un cuerpo no del todo perfecto a vivir creyendonos el ombligo del mundo. Aunque ambas cosas no tienen por qué ser incompatibles.
Un beso a las dos y gracias por vuestros comentarios.
Que manera de rizar el rizo, has hecho un bucle perfecto, me ha hecho mucha gracia imaginándome al Buda conduciendo el autobús, jajajajaja.
ResponderEliminarCuánta originalidad. Un relato divertido y una tanto mordaz, lleno de simbolismo y de múltiples lecturas y con un cierto cariz cinematográfico. Genial.
ResponderEliminarjajajaja... vaya que relato y vaya que imaginación de verdad si yo hubiera sido aquel personaje hubiera estado totalmente aturdida
ResponderEliminar¡Qué locura! Delirante de verdad y original, muy original. Me gustó.
ResponderEliminarUn abrazo
Pues voy a tener que fijarme en los restaurantes chinos porque el que frecuentamos tiene tortugas y abanicos; otro que cerró, papel pintado con caracteres en mandarín; otro que pisamos de tant en tanto, unos cuadros de bambú con cañas pintadas...
ResponderEliminarMuy bueno ese relato, bravo. Cafelito y abrazo.
Bueno, a decir verdad yo tampoco he visto al Buda gordo en ningún restaurante. Bueno sí, en uno tenían uno grande en la entrada! En fin, de todos modos creo que en su origen esta figura no tenía nada que ver con el budismo. Un abrazo
EliminarEso de ver budas por todos lados no debe ser bueno. Opino igual que los compañeros. Nos has deleitado con un relato muy original al que hay bastante chicha que sacar. Un beso.
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato. La descripción de ese endiosamiento (mejor en-buda-miento) del barrendero que acaba viendose a sí mismo como buda, es genial y divertida. La decisión final de mejor quedarse como estaba, la considero todo un acierto. Aceptarnos como somos, es el primer paso para cualquier intento de crecimiento personal.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Realmente te llevas los galardones... me permites? ïdolo! jajaja! Bueno, usualmente se usa esta expresión en mi país, para celebrar algo muy bueno realizado por alguien, y este es precisamente el caso, porque tu relato me pareció una maravilla. Toda una cadena de acontecimientos que pueden parecer muy locos, pero que terminan desembocando en una conclusión vital (sobre todo si se es calvo y obeso como el buda), Genial!
ResponderEliminarBesos!
Gaby*
¡Genialllll! Una aventura que empieza al amanecer, como la mia y que has escrito de forma magistral, tanto, que apartir de mañana mirare en las papeleras...por si acaso.
ResponderEliminarUn beso
Me encanta como has liado la madeja de tal forma que el relato se impone delirante y divertido. eso de ser calvo y gordo puede llevarnos a la confusión mas absoluta. Te felicito amigo.
ResponderEliminarBesos con risas
Lo he leído fascinada, divertida !la maldición del Buda! Lo cierto es que ser calvo y gordo no tiene nada de malo, al contrario, puedes reencarnarte y ser otro de los cientos de budas que por ahí corren. !Cuidadito con lo que dejamos en las papeleras!
ResponderEliminarGenial, sentido del humor y escritura que engancha. Besito contento.
Ahí está el ídolo!!!! gordito y calvo ¿y? pues eso, que mejor nos quedamos como estamos. Muy divertido y ameno, Alberto.
ResponderEliminarUn abrazo.
En principio podría decir que tu relato es re loco, no todos los días se encuentras budas por todas partes, pero creo que tu texto guarda un gran mensaje y es que hay que aceptarse a si mismo tal cual es. El buda le sirvió para ello. Muy bueno!
ResponderEliminarUn beso!
Divertida reflexión con moraleja muy descriptiva.
ResponderEliminarUn buen corto con personaje tan tópico que no resultaría difícil encontrar en el elenco español actor que lo protagonizase.
Texto difícil y muy bien construido.
Abrazos
Toda una verdad revelada...más que Idolo, Dios encarnado en la tierra y ahora tan cercano que compartes cartel!!!
ResponderEliminarMuy bueno Alberto, nos llevas de la mano a todos y te vemos y nos vemos calvos y gordos (y yo que estaba en plan de adelgazar....)
Besos