Todos lo hemos cogido de adolescentes para ir al instituto. El 138 era uno de esos buses que hacían una función umbilical entre nuestro barrio y el tedioso instituto.
Una vez, subí con un tobillo medio escayolado y ayudándome con unas muletas. En lo aparatoso de mi subida presenciaba todo tipo de reacciones: caras de empatía, semblantes de impaciencia, incluso comentarios despectivos.
Dicen que una de las virtudes del ser humano es la solidaridad, yo digo que esa virtud debe de ser un gen, que lo heredas o no al nacer. Supongo que, a los exentos de este gen, todavía se les puede enseñar a ser solidarios con todo el mundo, y no sólo con los de casa.
Ocurrió que, al llegar a mi barrio desde el tedioso instituto, en el 138 tal como os dije al principio, se disponían a subir dos auténticos colosos de al menos dos metros de altura, cuyas manos podrían reventar un melón sin el menor esfuerzo. Estos dos colosos se ayudaban con unas muletas para caminar. Al parecer, eran hinchas de fútbol que se habían accidentado en alguna trifulca deportiva de esas que salen en la sección deportiva del telediario. Y, supongo, que los comentarios despectivos hacia estos señores serían meramente anecdóticos, aunque en el 138 nunca se sabe.
Alberto Villares
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